Aunque se encontraba en el presupuesto político inmediato, la semana pasada de forma intempestiva se lanzó una convocatoria para la renovación de la dirigencia estatal del PRI en el Estado de México, lo que revivió sin remedio las “viejas prácticas” de un partido acostumbrado a tomar decisiones desde el poder público y repartir las cuotas de control y decisión entre sus élites políticas.
En una simulación de proceso interno, tal y como ocurrió con la definición de su candidato a la gubernatura, las estructuras priístas sabían anticipadamente que se registraría una fórmula única para su próxima dirigencia, que encabezaría Ernesto Nemer como candidato a la presidencia del priísmo mexiquense.
El próximo dirigente priísta, es parte ya de una decisión del gobernador electo Alfredo del Mazo, que ha decidido que su coordinador de campaña sea responsable de la elección del año entrante. Sin alguna posibilidad por encaminar a un proceso democrático al priísmo, que además signifique la renovación de la clase política para recuperar la confianza del electorado.
Del Mazo ha depositado la confianza en un hombre que ha colaborado con los exgobernadores Emilio Chuayffet -de quien fue su secretario particular-; Arturo Montiel -quien lo hizo candidato a alcalde y tras la derrota lo premió con más cargos en su gabinete-. El mismo que Peña Nieto hizo secretario de Desarrollo Social y presidente de la Legislatura; y Eruviel Ávila secretario general de gobierno antes de migrar a otros cargos en el gabinete federal peñista.
Un hombre que ha demostrado institucionalidad, pero que ha adaptado su lealtad con los gobernadores en tiempo y espacio. En resumen, un personaje que ha buscado infructuosamente dos ocasiones la gubernatura, para encontrar acomodo en el presupuesto público una y otra vez. Un político moldeable a las necesidades del mandatario en turno. Un político que ha entendido las formas de hacer y ejercer del priísmo, y que garantizará su prevalencia política.
En un ajuste de fuerzas al interior del priísmo mexiquense, el gobernador en turno, Eruviel Ávila hizo lo necesario para imponer a una de sus mujeres más confiables como compañera de la fórmula por la dirigencia. Brenda Alvarado, una personera del Grupo Ecatepec, que entiende que su enclave funcionará como equilibrio, freno y contrapeso para que su grupo político no sea desplazado de las definiciones que asumirá Nemer del proceso electoral del año entrante.
En resumen, la apuesta del priísmo mexiquense -hoy bajo la dominancia de Alfredo del Mazo y Eruviel Ávila- es preservar sus intereses a través de una democracia interna simulada, que no entiende la necesidad por renovar a su clase política más allá de la dinastocracia que pretende enquistarse en el poder como la herencia de un negocio familiar; y que ello promueva abrir espacios a su militancia, acercarse más a sus simpatizantes y recobrar la confianza social.
Con la decisión de la cúpula priísta por ungir a Ernesto Nemer y Brenda Alvarado reafirma su intención por reivindicar a la élite política; y en paralelo, parece renunciar anticipadamente a los consensos de su más reciente Asamblea Nacional que encabezó hace un par de semanas el mexiquense, Enrique Peña Nieto, por resurgir a partir de una clase política que tenga un prestigio alejado de los turbios antecedentes de un partido hoy sumido en la corrupción, el conflicto de interés, la desaprobación y el rechazo social.