Dos ex alcaldes siguen en la lista de espera. Hace ya casi cuatro meses que salieron de sus cargos, y simplemente no han podido integrarse al gabinete de Eruviel. Azucena Olivares de Naucalpan y Arturo Ugalde de Tlalnepantla, presumían su cercanía con el mandatario, y pese a ser del Valle de México, siguen en la reserva de servidores públicos. Ávila ya ha experimentado demasiados cambios, derivado del gabinete de Enrique Peña.
Pero no todo está perdido para su causa. Irazema González y Denisse Ugalde –hijas de los ex alcaldes en mención- se desempeñan como diputadas federales. Sin pena ni gloria, el paso de Irazema y Denisse será anecdótico e intrascendente. No tienen poder de decisión, y sólo les tocaron las migajas del reparto legislativo, sin embargo, forman parte de las dinastías políticas de la entidad, que ya han tomado por asalto el poder.
A propósito de la lógica municipal. Ni duda cabe que los Ayuntamientos del Estado de México van en sentido contrario. Tienen deudas impagables. El siguiente paso es comprometer participaciones federales para tener márgenes de pago. Embargarán financieramente a la siguiente generación. Los gobiernos municipales tendrán el auspicio de Eruviel Ávila, para tener viabilidad en los actuales trienios. La visión es cortoplacista, sin importar lo que suceda en los gobiernos de los próximos diez años.
En un contrasentido, los gobiernos locales amplían su plantilla laboral. No reducen su nómina, ni sus costos. Tampoco hacen más eficiente su capacidad recaudatoria. La evasión de impuestos, tan básicos como el predial y el agua potable, es inconcebible. Se piensa en reformas fiscales, cuando el Estado es incapaz de cobrar lo inmediato. Los alcaldes no están ocupados en cobrar, para no asumir el costo político de las acciones.
El círculo es pernicioso. Sin recursos no hay desarrollo de infraestructura. Sin obra tampoco hay posibilidad de mover la economía de las comunidades. Y las carencias de los municipios prevalecen. Hay municipios que no tienen ni para pagar la papelería más elemental de sus oficinas. El contraste con las grandes urbes es abrumador. No es lo mismo ser alcalde de Toluca que de Otzolotepec. Las diferencias son polarizantes, y debieran alarmar a quienes toman las grandes decisiones.