Tania Contreras
Mi cara se sentía húmeda, entre el aire frío y el sol que me quemaba la piel no pude hacer más que cerrar los ojos e intentar que mi cabeza bloqueara toda sensación; era como estar dentro de un tambor inmenso en donde el aire comprimía mi cuerpo con cada retumbar.
– Debo permanecer sereno, respira, respira, aguanta y respira- repetía en silencio- solo un segundo más y todo habrá terminado. No sé cuál será el final, ¿llegarán por mí? Por favor que alguien me ayude; seguro en cualquier momento se darán cuenta que es un error, en realidad no hice nada, no hice nada…
Mi respiración se serenó y de pronto dejé de temblar- aquí estoy-como si la telepatía fuese el mejor modo de comunicación apretaba los dientes y tensaba mandíbula, cuello y cabeza, mientras que mis ojos se cerraban y se convertían solo en unos pliegues amorfos sobre el rostro-creo que en realidad nadie me busca ¿por qué arriesgarían su vida por mí? Mañana llorarán mi ausencia y pasado bailarán, beberán y fornicarán sin recordar siquiera mi existir. Pero ¿Qué estoy pensando? quizá también ellos estén inmóviles, quizá los agarraron antes que a mí. Entre tantos gritos no puedo oír nada. Y viene otro golpe.
Un sabor amargo se postra dentro de mi boca, la lengua se pega en el paladar, tengo sed; ¡agua!- salió de mi boca algo así como un grito cortado por un silencio espectral, seguramente aunque me hayan escuchado no importa.
¿Cómo terminé aquí? Era un día cualquiera, de un mes cualquiera, de un año cualquiera ¿moriré? ¿Y mi familia? Seguramente mi mujer encontrará enseguida una pareja, mis hijos jugarán con él y olvidarán de forma exprés mi rostro, si no es que ya lo olvidaron y ahora juegan con la nueva pareja de mamá. Hace meses que no los veo, ¿será que se acuerdan de mí? O soy simplemente un recuerdo medio vivo en sus días; Jaime seguramente si me viera no me reconocería, ni yo me reconocería en esta condición. Mi corazón se vuelve a acelerar y estalla en los oídos, un cosquilleo va de menos a más dentro de mi pecho, a la vez que un vacío en la boca del estómago se acrecienta, puedo verlo, es una mancha negra y amorfa que simula crecer y decrecer con cada respiro. Estoy dentro de mí y no tengo para dónde hacerme, estoy atrapado, mudo, ciego, inmóvil.
Vuelvo a escuchar otro sonido a la distancia, como un tintineo, seguramente es alguna fuga de agua, se escucha como un eco entre gota y gota, será que la habitación está vacía y por ello este olor húmedo que parece llenarme de moho los pulmones; sin duda estoy cerca de una ventana, el sol no deja de lacerarme. Intentaré gritar nuevamente, aunque nunca he sido de las personas que gritan, soy más bien de los que siempre se callan; como aquella ocasión que Jaime se metió al patio del vecino y robó un juguete, debí gritar para que entendiera lo que es un regaño pero no pude hacerlo ¿Cuánto tiempo llevaré aquí? De a poco los pasos se difuminaron y los gritos se fueron alejando hasta crear este vacío o será que por fin logré abstraerme de la realidad. Otro golpe me hace regresar.
Estoy mojado, mi pecho se calla; aquellas son voces agitadas, tres o cuatro, no más. Ese silbido continuo me está produciendo mareos, necesito un punto fijo para postrar la vista, no me di cuenta en qué momento me taparon la cara, ¿será eso o mis ojos tampoco me responden?-¡Auxilio!- hablo como si tuviera pena de escuchar mi voz, ¿aún hablo? No me escucho. Nunca me pareció ver algo raro, algún indicio, alguna pista que me sugiera respuestas. Durante todos estos años me dediqué a hacer mi trabajo, no dañé a nadie, ¿Qué les hice? ¿Qué fue tan malo? Comienzo a sentir dolor en todo el cuerpo, un dolor insoportable y me siguen golpeando el pecho.
Mi cuerpo rebota, aunque la cabeza y los pies permanecen casi inmóviles pegados al suelo, la cadera se eleva y cae ya sin fuerza, los brazos no participan, quisiera enconcharme*, quisiera volver al momento en que toda sensación era el símil de flotar, quisiera llorar, explicar que todo es un malentendido; no debo estar aquí, yo simplemente me dirigía a mi hogar. Salí del edificio, caminé dos cuadras hacia el estacionamiento, escuché el rechinar de llantas en el pavimento y de pronto…de pronto comenzaron los golpes, con cada impacto nuevo mi esqueleto tambalea, repite esa curvatura y desfallece.
De nuevo el silbido, esta vez pausado, silencio-silbido, silencio-silbido y las voces aparecen –paren, paren-suplico en mis pensamientos; se escucha nuevamente ese sonido continuo y desaparece como un suspiro. Logré abrir los ojos, el cambio de luz es radical y solo alcanzo a distinguir una mano que se estira por encima de mi cara para acallar el tintinear de las gotas, siento la suave brisa sobre mis mejillas y enseguida la textura lisa de una sábana blanca sobre mi pecho quemado. Los rostros comienzan a tomar forma entre el brillo que no desaparece, la blancura de las paredes es extraña, pulcra, serena pero igual de fría que en mis pensamientos. De pronto sobre mi lado izquierdo se escucha algo parecido a una corneta descompuesta -¡despejen!-ordena la voz de una mujer, vuelvo a sentir el golpe en mi pecho, escucho el silbido, mi cuerpo se encorva, retumba el corazón en mis oídos y desaparezco.
