Toluca, Edomex. 24 de octubre de 2014.- La tradición priísta de destituir gobernadores por consigna política está de vuelta. El récord hasta ahora lo mantiene Carlos Salinas de Gortari, quien hizo cambios de 19 mandatarios estatales que no terminaron su sexenio. Con Ernesto Zedillo fueron cuatro: Sócrates Rizo de Nuevo León, Eduardo Robledo Rincón de Chiapas, Rubén Figueroa de Guerrero y el mexiquense, Emilio Chuayffet que fue invitado como secretario de gobernación.
En los últimos 24 meses, está claro que el mexiquense, Enrique Peña Nieto, de la mano endurecida del Grupo Atlacomulco, ha reivindicado un poder presidencial que no escatima en remover gobernadores so pena de mantener una estabilidad que hoy más que nunca se encuentra sostenida con alfileres. En ese periodo de tiempo, han caído en desgracia, el priísta, Fausto Vallejo y el perredista, Ángel Aguirre Rivero. El primero, por el desastre institucional que colapsa y corrompe las estructuras del poder en Michoacán. El segundo, por la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa, que ha alcanzado un desprestigio internacional.
Es ingenuo pensar que la salida de Aguirre se da en un contexto por atender un reclamo social o la intensidad de las protestas. El perredista se va por solicitud de Peña Nieto, quien respaldó su candidatura muy por encima de la del priísta Manuel Añorve, cercano a Beltrones en los tiempos preelectorales presidenciales de 2011. Y está claro, que el Pacto por México, que doblegó al perredismo a un colaboracionismo perverso con el Grupo Atlacomulco, puso las condiciones para defenestrar al mandatario guerrerense.
Las vueltas que da la vida. Ángel Aguirre fue gobernador interino de Guerrero, en la década de los noventa, a la salida de Rubén Figueroa Alcocer, quien pidió licencia a raíz de la matanza de 17 campesinos en Aguas Blancas, Coyuca de Benítez, a petición de Chuayffet. Hoy Aguirre dejará un reemplazo, por la desaparición de 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, y una forzada salida que se obligó desde Atlacomulco. El presidencialismo, concebido bajo una concentración de poder, ha restablecido las reglas de un Ejecutivo fortalecido, que no promueve el equilibrio de poderes, ni genera condiciones que contravengan sus decisiones.
Cuando veas las barbas de tu vecino cortar pon las tuyas a remojar. Es cierto que el cargo de Eruviel Ávila se tambaleó duramente entre los meses de abril y mayo pasado. El ecatepense resistió el embate del fuego amigo, de la oposición y la vulnerabilidad del momento. Al final, el gobernador cedió espacios de su gabinete, a cambio de permanecer en un cargo, donde flota acotado por las circunstancias y los hombres que le han impuesto. Al presidente, en una regla no escrita de sobrevivencia política, no se le contradice, entiende Ávila.
Los sexenios panistas contribuyeron a fortalecer la política regional. Los gobernadores se convirtieron en virreyes de sus territorios, lo que derivó por ejemplo en que Enrique Peña erigiera un liderazgo que le permitió convertirse en candidato presidencial, y a la postre, mandatario de la nación. Para el peñismo, la fórmula de su éxito no puede repetirse, y para ello es necesario acotar la fuerza de los gobernadores, ya sea a través del presupuesto financiero, la injerencia institucional, y en el extremo, la destitución de quienes sea necesario.
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