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Juan Carlos Núñez Armas*

Como cada semana los acontecimientos en nuestro país nos regalan controvertidas declaraciones que llaman poderosamente la atención. Recordemos algunas de ellas:

  • El presidente Andrés Manuel dijo que las energías limpias son un sofisma y señaló que los medios informan que quiere contaminar, incluso un grupo de legisladores en los Estados Unidos se quejan de que el Gobierno mexicano incumple con el tema de energía incluido en el T-MEC.
  • El gobernador Alfredo del Mazo destaca en su informe de resultados que todo lo hecho está bien y es atinado, en contraste con los comentarios en redes sociales donde hay de todo: desde las felicitaciones y aplausos, hasta los reclamos por la falta de apoyos.
  • El último ejemplo son los gobernadores de la Alianza Federalista que impulsan una convención nacional hacendaria que retribuya a los estados en mayor proporción por lo que aportan a la federación. Incluso, a partir de las acciones llevadas a cabo por el presidente, están dispuestos a realizar consultas populares sobre el tema. Y, ante los posicionamientos de los gobernadores, el presidente contesta que no les debe nada y que en 2007 algunos de ellos aprobaron la Ley de Coordinación Fiscal y que algunos estados le deben al SAT.

Estos tres ejemplos se parecen mucho a mi comentario de la semana pasada sobre la creencia en los extraterrestres. Si, como decía Umberto Eco, todos somos iguales a la hora de emitir mensajes, analicemos nuestro comportamiento en las redes sociales: unos lo hacen por diversión, otros por hacer daño, otros más por dinero y otros más tratan de modificar nuestra opinión.  De hecho, el Instituto Tecnológico de Massachusetts ha publicado que tienen más impacto las noticias falsas porque tienen una probabilidad de hasta el 70% de ser leídas.

Es justamente en este último sentido que se da el término de la posverdad (que en 2016 fue elegida como la palabra del año) y según el Oxford English Dictionary alude a una “situación en la que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales”, para decirlo más simple, es fácil seleccionar datos concretos y llegar a las conclusiones que desees.

Según Raúl Rodríguez-Ferrándiz la posverdad “es aquella en la que la persecución de la verdad se ha vuelto inútil o quimérica”, y añade es suspender de manera voluntaria la capacidad de juzgar los hechos por lo que son. Por su parte, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define posverdad como “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales”, lo cual nos lleva a dar por descontado que las creencias y emociones son manipulables en un sentido predeterminado y que esa es la finalidad de la tergiversación de los hechos.

Y es que, en estricto sentido, la posverdad siempre ha existido desde que Jesús se decía hijo de Dios y otros se desgarraban las vestiduras al considerarlo una blasfemia. Pero, además, ahora con la tecnología de las redes sociales, los algoritmos implantados en ella hacen que la información que busquemos se adapte a lo que nos interesa, a mostrarnos lo que queremos y que además nos guste. Así, para el scratch público importa más el título o lesionar una imagen o una profesión.

Es también claro que nunca sabremos todo, pero esto no quiere decir que no sepamos nada. Hoy las evidencias son necesarias, pero parecen no ser suficientes. El lingüista y filósofo estadounidense, Noam Chomsky, dice que todos nos consideramos sensatos y razonables y entonces capaces de definirnos ideológicamente. Vivimos, dice el filósofo, una época de desencanto. Nos sentimos menos representados, enfadados, con miedo ante el descrédito de las instituciones.  No olvidemos que para Platón la verdad es independiente de nuestras opiniones y si no confiamos en nadie, por qué confiar en los hechos.

Arturo Torres, máster en comunicación política, dice que entre la verdad y la mentira hay un territorio de aguas turbulentas, que hace que la mentira subsista y acapare toda la atención. Para Torres la posverdad tiene algo de positivo, pues provoca un contexto de discusión en las ideas. Este último punto me parece central. Tenemos que aprender a conversar con los que piensan distinto, según lo dice Guadalupe Nogués, ¿Cómo dialogamos cuando el tema no son las evidencias y es ideológico? Cuando platicamos con quienes piensan igual que nosotros, nuestras opiniones se vuelven más extremas y homogéneas. Pero para las democracias es necesario mantener discusiones largas, honestas y profundas con todos, incluidos los diferentes. Cada batalla parece entonces una batalla entre el bien y el mal y nos dividimos entre los que están de nuestro lado y los “otros”. Entonces se da la agresión y la desconfianza.

¿Cuántas veces nos ha sucedido que al escuchar una conversación decimos “no sé qué piensa esta gente?, mejor no hablo”. Así se genera un silencio, nos retiramos del debate no por no tener opinión, no por ser tibios o temer a la agresión o por hartazgo o por la combinación de algunas de las anteriores. Abandonamos la conversación en silencio. Y la posibilidad de dialogar disminuye hasta quedar una sola opinión, entonces se crea una falsa ilusión de consenso.

La censura más común no es la impuesta por un gobierno, es la que nosotros mismos nos aplicamos y esto es un problema para nuestra democracia. Así, o demostramos nuestras ideas o nos callamos, dejando el control a los que hablan.  ¿Qué hacer ante este dilema? Tenemos que promover el pluralismo, aprender a encontrar el disenso para llegar a un consenso.  Aprender sin penalización social a escuchar a quienes no nos gustan, aprender a conversar a pesar de estar en desacuerdo, es decir, escuchar al otro. Sin la capacidad de escuchar no hay conversación.  Además, tenemos que aprender a mejorar las ideas separándolas de las personas. Las personas merecen respeto, las ideas deben ganárselo.

Finalmente, aprendamos a ejercer nuestra libertad de expresión, con plena madurez cívica. Si solemos informarnos por medios electrónicos, hay que preguntarse si es real o no la información que nos están transmitiendo. Aprendamos a distinguir los efectos virales de lo real, si el autor de un comentario es anónimo o es reconocido por el prestigio tanto del medio como de la persona. Preguntémonos en cada momento: ¿Cuál es el mensaje?, ¿Cuál es la fecha?, ¿A qué acción nos invita?, tenemos que comprender nuestra responsabilidad social sobre la información que difundimos.  La posverdad no es la mentira de siempre, tiene que ver más con nuestra pereza mental de informarnos mejor, de aprender, de conversar mejor, de expresar nuestro pensamiento y sentimiento, la posverdad se aprovecha de la confusión de los hechos y de las opiniones. Cuando más éxito tenga un embustero, y mayor sea el número de sus convencidos, más probable es que acabe por creer sus propias mentiras.

 

* El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM. Y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.

Twitter: @juancarlosMX17

Facebook: Juan Carlos Núñez Armas

 

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