Juan Carlos Núñez Armas
Con frecuencia escuchamos que la democracia es el menos malo de los sistemas para integrar el gobierno, porque nos permite ejercer de manera más directa nuestros derechos políticos y encontrar diversas maneras de participar y desarrollarnos dentro de los límites que cada ser humano posee. Además, condición no menos importante, sienta las bases del respeto a la pluralidad de formas de pensamiento que integran las sociedades en las que vivimos.
El 6 de junio del 2021 tendremos elecciones en nuestro país. Está en disputa, sin duda, la mayor elección en los tiempos modernos de nuestro país: 21,368 cargos de elección popular, incluidas 15 gubernaturas, 500 diputaciones federales, 30 congresos locales (1063 distritos locales en disputa) y 1926 ayuntamientos.
Al momento se han inscrito ante el Registro Federal de Electores más de 94,800,000 ciudadanos que tendrán la posibilidad de participar. Son 5 millones más que la elección del 2018. La labor que el Instituto Nacional Electoral (INE) realizará es muy encomiable pues deberá instalar más de 161,000 casillas electorales e integrar a todos los funcionarios encargados de recibir y contabilizar los votos.
Por su parte, los partidos políticos realizan una serie de actividades tendientes a adecuar su estructura y diseñar sus estrategias de campaña, los suspirantes a ser candidatos alinean sus mecanismos de presencia para hacerse visibles y ser tomados en cuenta. Morena y sus aliados, en la acera del gobierno, tienen la mayor presencia en las instituciones constituidas por elección popular. Más allá del ejecutivo federal, cuentan con mayoría en el Congreso de la Unión y en por lo menos 20 congresos estatales, que los convierte en el adversario a vencer por parte de sus opositores.
Desde la acera de enfrente, diversos medios de comunicación y analistas sostienen que parece no haber oposición. En los dos principales partidos políticos que buscan arrebatar espacios a Morena, el PAN no atina a tener una narrativa de discurso y posicionarlo en los medios para que llegue a penetrar en los sentimientos de los electores. El PRI -partido que hoy concentra el máximo rechazo ciudadano en cuanto a la intención de voto, por la herencia del anterior gobierno- parece agazapado y ha preferido navegar con un bajo perfil al no encontrar elementos de defensa de sus compañeros los anteriores integrantes del grupo gobernante en el país.
En días recientes hemos sido testigos de cómo en diversos videos y documentos se exhiben a políticos lanzándose acusaciones mutuas de corrupción, hechos deleznables en cualquier ser humano. Así, nos hemos enterado cómo se traficaba con dinero, hemos visto entregas de grandes cantidades de efectivo con aviesos y lúgubres intereses. Por otro lado, las filtraciones de documentos que contienen demandas -que debieran mantenerse en secrecía- que supuestamente presentan denuncias que deberían formar parte de un juicio legal formal. La peor parte es que en la mayoría de los ciudadanos queda la duda sobre cuántos más videos saldrán a la luz y cuáles fueron las cantidades reales que todos los bandos traficaban entre sí.
Todo lo anterior está impactando en los ciudadanos, quienes curiosamente siguen teniendo la esperanza de que algún político discuta en serio cómo resolverá la inseguridad, cómo atenderán adecuadamente el problema de la pandemia, de la falta de empleo, cómo reactivarán la economía, cómo generarán mejores oportunidades para salir de la pobreza, cómo detendrán el deterioro del medio ambiente, el futuro se ve incierto.
Por si no fuera poco hay dos aspectos que de acuerdo con el Latinobarómetro más reciente, publicado en 2018, encontró que la expectativa de futuro está dividida entre quienes ven un futuro nada prometedor y quienes esperan que vendrán tiempos mejores. Y en aspectos concretos de la democracia, sobresalen quienes observan el deterioro consistente de los servicios públicos, que ha llevado a que más ciudadanos se sientan decepcionados de la democracia. Estos aspectos invariablemente impactarán en los procesos electorales del próximo año y de seguir así las cosas la percepción de los ciudadanos hacia la democracia terminará socavando la poca confianza que tienen en la democracia.
David Van Reybrouck -en su libro “Contra las elecciones. Cómo salvar la democracia”- establece algunos conceptos que debemos tener presentes, empezando porque todo sistema político busca un “equilibrio entre la eficiencia y la legitimidad”, señalando que la falta de legitimidad se puede observar porque: 1) cada vez votan menos personas; 2) cada vez es mayor la fluctuación electoral, personas que de una elección a otra cambian de partido político y 3) cada vez los partidos políticos tienen menos afiliados. También menciona que la crisis de eficiencia se puede observar porque: 1) las negociaciones para conformar un gobierno son cada vez más complicadas; 2) el desgaste de quien ejerce el poder es mucho más acelerado y mayor conforme pasa el tiempo y 3) gobernar es cada vez más difícil.
El ciudadano se ve inmerso en impotencia ante las acciones de los políticos y los gobiernos, además estos últimos parecen dejarse llevar por lo que Reybrouck llama “incidentalismo” es decir responden al incidente mediático del día y no atienden los problemas de fondo plasmados en los planes de gobierno.
También es indispensable distinguir entre un cansancio (ciudadano) de carácter temporal, mientras que, en la fatiga, los ciudadanos han agotado las reservas que les permitirían reaccionar o mantener un esfuerzo continuado a favor de la democracia. Los continuos hechos de escándalo pueden desembocar en que los ciudadanos entren en fatiga democrática. Además, la percepción de algunos ellos es, cada vez más, que el pasado fue mejor y no me refiero al pasado de hace 6 o 12 años, sino al pasado de los años jóvenes de la generación que conocemos como baby boomers, que hoy ronda los 50 años.
Esta fatiga es peligrosa. Puede llegar a hacer más crítica la instrumentación de políticas públicas, cuando estas pudieran ser rechazadas. El hastío de toda una sociedad al sentirse con una posible derrota psicológica puede agravar aún más los esfuerzos económicos y políticos que se han hecho hasta ahora.
Esperemos que los políticos con los que hoy vivimos entiendan que la fatiga democrática no es buena para la salud de las instituciones. Sólo la construcción de un país con valores democráticos y centrado en los ciudadanos, que los involucre en la toma de decisiones como protagonistas de la solución de los problemas que a todos aquejan, nos permitirá encontrar el camino que juntos, en nuestra pluralidad, tenemos que recorrer.