Francisco Ledesma / La oferta electoral de 2021
Todos los caminos trazados por los gobiernos y los partidos conducen a los comicios intermedios de 2021. La actual contingencia sanitaria por covid-19 ha adelantado los tiempos electorales, y en esa lógica, la clase gobernante ha comenzado a tomar decisiones que permitan construir su oferta política.
La principal amenaza hacia la jornada electoral del año próximo está puesta en un alto abstencionismo, derivado del hartazgo social hacia todos los partidos y las élites políticas que simplemente no los representan. Por tanto, desde ahora se anticipa que las estructuras partidistas y el llamado voto duro sea lo que determine las victorias y las derrotas en las urnas.
Cuando han transcurrido dos años de las elecciones presidenciales, decenas de gobiernos municipales se han convertido en símbolo de improvisación y decepción para miles de electores que apostaron por determinada oferta política, marcada en su mayoría por una alternancia morenista; o incluso, en algunos otros casos, por la reelección de sus autoridades locales.
Lo cierto es que, los gobiernos municipales tienen un estrecho margen de maniobra –por sus limitaciones materiales, humanas y presupuestales-, que difícilmente podrá resolver las principales demandas sociales enmarcadas por el empleo, la salud y la educación, que se han convertido hoy más que nunca en factores indispensables, en medio de la actual pandemia por coronavirus.
En el corto plazo, el escenario social es desolador frente a una desaceleración económica que podría repercutir incluso en otras consecuencias lacerantes, como un crecimiento en la delincuencia cotidiana, sobre todo en las zonas urbanas, ante la falta de oportunidades de empleabilidad.
Con esos ingredientes en la mesa, todos los candidatos saldrán el próximo año a hacer las promesas de siempre: fórmulas mágicas de mayores y mejores empleos, seguridad pública implacable, educación y salud de calidad. En las plataformas de gobierno las variaciones serán apenas unos matices.
En la arenga discursiva, Morena apostará a consolidar la transformación que prometió el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
En la acera de enfrente, el PAN se reivindicará como principal factor de oposición ideológico e institucional hacia las políticas públicas del gobierno federal.
En el planteamiento priísta, no es difícil advertir que se moverá hacia el centro, echando culpas de la polarización a la izquierda radical morenista y a la derecha conservadora panista. Aunque su principal desafío será revertir la defenestración pública que le representa que exgobernadores y exintegrantes del gabinete peñista, sigan cayendo como colección, en la cárcel para ser procesados.
Y entonces, en medio de tanta confrontación pública, tal parece que todos los partidos tienen un mismo propósito: desalentar la participación social del electorado, que difícilmente rebasará el 40 por ciento de votantes.
El remedio primordial de los comicios se concentra en su clientelismo electoral. Sacar a las urnas a aquellos beneficiarios de los programas sociales que tanto defiende la clase gobernante como panacea para combatir la pobreza, pero que estructuralmente sólo ha hecho que los grupos más marginados sean coaccionados en su voto por todos los partidos y por todos los gobiernos.
Por eso importa muy poco la selección de candidatos o la plataforma política. Lo que realmente ocupa a la clase gobernante es mantener sus espacios de poder para beneficiar a sus estructuras, y viceversa, que las estructuras sean lo suficientemente sólidas para conservar sus espacios de poder.
La tenebra
La aprobación de López Obrador no necesariamente puede traducirse en una intención del voto a favor de Morena. Eso es una buena noticia para los gobernantes que tienen una alta desaprobación, porque no necesariamente eso significa un rechazo amplio para el partido en el que milita.