El debate convocado la semana pasada por Carlos Loret de Mola a través de Televisa para confrontar las ideas y propuestas entre los candidatos a la gubernatura del Estado de México, puso de manifiesto las estrategias de una sostenida campaña de contraste por demostrar los defectos y debilidades de los contendientes a suceder al actual mandatario Eruviel Ávila.
La exposición de ideas manifiesta por Alfredo del Mazo, Delfina Gómez, Josefina Vázquez Mota y Juan Zepeda privilegió manchar la imagen y reputación mutua de quienes aspiran a comandar los destinos del Estado de México para los próximos seis años. Una entidad sumida en la pobreza, la inseguridad, la corrupción y la impunidad, de cuyos males toda la clase gobernante que disputa las actuales campañas electorales parecen corresponsables.
En general, las propuestas de campaña se diferencian por mínimos matices; razón que obligaría a los electores a definir su voto en función de la historia de vida de los candidatos. Lo cierto es que en esencia, todos los candidatos han recibido señalamientos de corrupción, ineficacia, negligencia y omisión, cuyas conductas y toma de decisiones han derivado en un perjuicio social.
Aun cuando se supondría que entre los cuatro principales candidatos existen diferencias ideológicas, no hay grandes oposiciones políticas, económicas o sociales, lo que se refleja en que todos ofrecen respuestas y soluciones semejantes, sin ajustes drásticos a la actual clase gobernante.
Todos se asumen como herederos de un cambio en la forma de gobernar que no llega; incluido el partido que detenta el poder y ha asumido que el gobierno es una especie de monarquía dinástica. En todos los casos, ya han tenido la oportunidad de gobernar, en donde han caído en las mismas inconsistencias tales como tráfico de influencias, conflictos de interés, corrupción y omisión.
En general, todos han anunciado una ampliación de los programas sociales, esos que tanto asustan cuando advierten sobre la amenaza del “populismo”, los cuales poco resuelven la pobreza o marginación; pues en el fondo sólo incentivan la vocación clientelar de la democracia mexicana que depende en gran magnitud de la promoción, activación y movilización de votantes.
Según lo planteado en el primer debate televisivo entre los candidatos y candidatas, todos han incurrido en aquello que critican o pretenden cambiar. Tal parece que las diferencias que imperan en sus proyectos de campaña y eventuales programas de gobierno son los grupos de interés que representan, los cuales resultarán beneficiados en caso de un triunfo en las urnas.
La calidad de la democracia cuando se ha experimentado la alternancia política en algunos municipios mexiquenses no ha consolidado bienestar social. En la campaña de contraste que prolifera, se manifiesta que los candidatos tienen amplia proclividad en beneficiar a los grupos de interés que representan.
La elección por la gubernatura del Estado de México se ha tomado muy en serio por todos los partidos políticos, sus dirigentes y sus candidatos, pero parece que dicha importancia se debe a su numeroso padrón electoral por encima de las necesidades, inquietudes o demandas sociales.
Hasta ahora, ningún candidato se salva de la quema ni presenta argumentos a su favor para desestimar que son corruptos, ineficaces, negligentes o tranzas. Y esas son las limitadas opciones que tienen los mexiquenses para elegir a su próximo gobernador.