Toluca, Edomex. 8 de septiembre de 2015.- Jesús Murillo Karam fue electo diputado federal en julio de 2012. Asumió su cargo como legislador en septiembre que sólo sirvió para colocarle la banda presidencial a Enrique Peña en el simbólico regreso del PRI a la Presidencia de la República tras doce años de gobiernos panistas. En días posteriores se separó del cargo, para ser nombrado titular de la Procuraduría General de la República, sin saber que asumiría el mayor desgaste personal e institucional por la ominosa indagatoria que encabezó 20 meses más tarde por el caso Ayotzinapa.
Sabedor de sus carencias, en la última andanada de ajustes al gabinete de Peña Nieto, corre la versión de que fue el propio Murillo Karam quien solicitó su remoción de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano. En esa achicada dependencia Murillo fue arrinconado tras ya varios desaciertos evidenciados al frente de la PGR y su investigación por la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa. Hoy ha saltado otra vez al escándalo como autor de una “verdad histórica” que se ha caído de toda lógica ante un peritaje externo que ha puesto en duda su versión que esclarecía el paradero de los jóvenes.
Murillo Karam es uno de los fundadores de la cercanía entre el Grupo Hidalgo y el Grupo Atlacomulco. Cuando Jesús era gobernador hidalguense coincidió en el mandato con Emilio Chuayffet, a quienes une vínculos con la comunidad libanesa. Desde entonces los lazos de entendimiento, dada aparte su colindancia geográfica, entre el Estado de México e Hidalgo han sido prolíficos, hasta extenderse en el ejercicio del poder presidencial que ha consolidado a ambos grupos en la toma de decisiones. Sin embargo, hoy el Grupo Hidalgo ya arrastra uno de los mayores lastres por su impericia política o por lo que parece su deliberada actuación irregular.
Los afectos de Enrique Peña con Jesús Murillo se remontan a la campaña del atlacomulquense por la gubernatura mexiquense, cuando el exgobernador de Hidalgo era delegado del PRI en el Estado de México. Mientras Peña hacía la campaña de un candidato telegénico y carismático, Murillo hacía la campaña sucia en contra del panista Rubén Mendoza. A la par que Peña firmaba sus compromisos incumplidos ante notario público, Murillo evidenciaba a Mendoza en estado inconveniente robando utilitarios del PRI. En la medida que Peña crecía en las encuestas, Murillo laceraba a Mendoza en sus preferencias.
Hoy la desgracia de Murillo Karam, aun fuera del gabinete peñista, puede tener consecuencias insostenibles para el grupo Hidalgo. A su ignominiosa actuación como procurador General de la República, se debe sumar el grado de responsabilidad de Miguel Ángel Osorio Chong y Eugenio Imaz -titular del Cisen- en la fuga de Joaquín El Chapo Guzmán. El único que por ahora parece salvarse del desgaste político es el exmandatario Manuel Ángel Núñez Soto a cargo del proyecto aeroportuario en Texcoco, y el delfín político de Osorio a la gubernatura, Nubia Mayorga a cargo del a Comisión para el Desarrollo de Pueblos Indígenas.
Poco a poco, y de forma inevitable, Enrique Peña tiende a quedarse solo, ante la necesidad de prescindir de su equipo de colaboradores. Si el cálculo político de Peña Nieto es el adecuado, debe dejar de asumir costos ajenos, y permitir que el desgaste sea parte de los efectos para su renovado gabinete. La popularidad peñista enfrenta la necesidad de levantarse ante el desafío electoral del año entrante, en el que se disputarán 11 gubernaturas, incluida Hidalgo y su empoderada clase política.
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