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NOTICIAS DISPONIBLES 2010 AL 31 DE DICIEMBRE DE 2020.

Juan Carlos Núñez Armas

Indudablemente, la pandemia ha perjudicado a la sociedad de diversas maneras. En lo laboral ha cambiado los hábitos rutinarios con los que actuábamos; en la educación ha sido necesario aprender con nuevas tecnologías; en lo político vemos cómo las expresiones que antes solían ser críticas, pero respetuosas en una buena proporción, hoy están llegando a niveles de confrontación inusitados.

Por ejemplo, en la campaña de Estados Unidos circulan los videos de los Republicanos atacando a Joe Biden, llamándolo directamente “tonto”, con el lenguaje al que el presidente Trump ya nos tiene acostumbrados. Un lenguaje que utiliza a su favor una serie de resortes discursivos como frases para denostar a sus adversarios o acusar a los medios de comunicación de distorsionar sus discursos. No olvidemos que Trump ha llegado a decir, para descalificar a NBC y CNN, que “Las noticias falsas que publica la prensa son locas teorías de conspiración y odio ciego”.

En Brasil, Bolsonaro desestima públicamente la crisis del Covid-19 con frases como “Es una gripecita” o “¿A qué le tienen miedo?”. En Inglaterra Boris Johnson, líder del partido conservador y Primer Ministro, con su alborotada melena rubia y unas camisas que salen de los pantalones, se convirtió en el constructor del acuerdo final del Brexit.  En nuestro país, que no es ajeno a esta dinámica mundial, recientemente el presidente Andrés Manuel López Obrador se refería a un periódico nacional como “pasquín inmundo” y, por su parte, un grupo plural de 650 intelectuales exigen al presidente respete la libertad de expresión.

Lo que observamos es, justamente, que la polarización política es cada vez más evidente y se extiende en varias partes del mundo, podríamos decir que está de moda. No hay nada más disruptivo, para atraer la atención, que alguien interrumpiendo para desaprobar un planteamiento, cuando una persona hace uso de la palabra. Lo mismo sucede con la comunicación política.  Además, la confrontación política suele presentarse, por una parte, dentro de las élites que discuten los ideales políticos y, por otra parte, tenemos la confrontación masiva que realiza la mayoría de la gente.

Estas posturas están llegando a extremos que nos dividen radicalmente. Por un lado, están los fans de un político que lo defienden en todo momento, tenga o no la razón y, por otro lado, quienes defienden las posturas contrarias. Los medios se convierten en parte actora, asumiendo uno u otro extremo de la confrontación. En este contexto, una de las cosas que debemos defender, como ha dicho Lidia Cacho, es que el periodismo sea “el brazo que ilumine al mundo”. La labor del periodismo siempre debe privilegiar la sana y libre expresión de una sociedad cambiante y, cada vez, más informada.

Es común escuchar que los votantes, y más en México, decidimos acudir a las urnas no tanto por el conocimiento que tengamos del político en campaña para acceder a un puesto de elección, o de una ideología con la que nos identifiquemos, ni siquiera por el conocimiento de una propuesta de gobierno que nos sea atractiva. En una buena parte utilizamos el poder de nuestro voto para castigar al gobernante en turno y entonces es cuando la polarización política vende mucho más.

Y sí, debemos preocuparnos cuando un político empieza a hablar de grandes grupos de personas como enemigos porque, si bien es cierto que una elección se puede ganar polarizando, también existe el riesgo de llevar a una sociedad a la confrontación y con esto hacer más evidentes las diferencias sociales. Llegar, por así decirlo a extremos, que se manifiestan en expresiones tan simples como “no te juntes con ese niño porque su familia es de tal o cual partido”, o no asistamos a esa escuela porque ahí no va gente de nuestro grupo social.

Los temas de confrontación no han variado mucho. El aborto, el feminismo, la xenofobia, el racismo, el matrimonio igualitario, la pobreza o la violencia han estado siempre presentes en la sociedad.  En este momento, las redes sociales han facilitado que se incremente las expresiones radicales, confrontadas. Twitter, que poco permite la profundidad de los temas, porque en unas cuantas palabras se expone una idea, sin ahondar en las consideraciones o conclusiones de tal o cual corta aseveración, es el mejor ejemplo.

Estamos dejando de escuchar al otro, al diferente, al opuesto, a quien no coincide con nosotros. A eso hay que sumar los algoritmos que la gran mayoría de las redes sociales tienen instalados y que permiten que sólo esté a nuestra disposición información que nos gusta o que coincide con nuestro perfil. Entonces terminamos por leer, escuchar o ver sólo aquella información que corresponde con nuestra forma de actuar o de pensar. Nos volvemos islas.

Pau Solanilla un consultor internacional, en un reciente webinar decía que la confrontación política obedece a la incapacidad de las instituciones por responder a los problemas sociales. Siempre con la idea de que los viejos tiempos fueron mejores, que los líderes están expresando lo que antes no decían, que utilizan mensajes simples y emocionales, y que fenómenos como la posverdad y lo sofisticado de las fake news, adquieren vitalidad con el uso de las redes sociales. Entonces, ¿tenemos que concluir que la confrontación política llegó para quedarse?

Si queremos un mundo menos confrontado tenemos que impulsar en diversos aspectos de la vida social y política, nuevas coaliciones, nuevas formas de poder.  Entendernos con quienes no piensan igual que nosotros. Quizá incluso necesitemos un nuevo contrato social, con grandes pactos que nos permitan tener una sociedad que avance en un sentido de armonía, de empatía, de progreso, mucho más amigable.

La política es sí confrontación de ideas, pero también negociación y desde luego síntesis. No podemos y no debemos quedarnos sólo en la confrontación actual, es necesario dar paso la negociación y síntesis, que permitan a la sociedad encontrar el justo equilibrio de expresión y comprensión. Haciendo uso de la tolerancia debemos combatir el discurso del odio y/o rechazo al contrario, evitar que estas expresiones formen grupos polarizados de odio. Debemos rescatar el lenguaje de la política, que impulse el interés general.  Sí que emocione, y que, al mismo tiempo, anime a que sean los moderados quienes ocupen los espacios públicos.

Por cierto, en las encuestas electorales que se han hecho públicas, si bien se puede apreciar una inicial ventaja de Morena, el sector de no decisión es cada vez mayor y a este público de indecisos les podría resultar atractiva una propuesta moderada de conciliación. No creo que sea necesario ponerlo todo en blanco y negro, o conmigo o contra mí. Los gobernantes deben entender a todos sus gobernados y para eso tienen que escucharlos incluso a sus opositores. Deben emplear más el lenguaje de hacer política, de arriesgarse a buscar consensos. Hacer política en donde hoy no está penetrando esa política. Deben entonces recuperar las instituciones y permitir la resiliencia de una sociedad que quiere vivir con mejores condiciones de vida y menos confrontada. Es tiempo, entonces, de que avancen los moderados.

 

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